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Abro el fuego con el que seguramente ha sido el concierto con el que más he disfrutado como espectador. Junio de 2012 Bruce Springsteen en el Santiago Bernabeu. Iba acompañado de mi hijo Diego que con trece años asistía por primera vez a un concierto de envergadura. Íbamos los dos con muchas ganas pues a ambos nos gustaba (y nos gusta), Springsteen. Además ocurría que yo con El Jefe había tenido una relación extraña. De joven no me gustaba ni 0’5. De hecho le tenía cierta tirria, pues por ignorancia y prejuicios pensaba que era el típico yanky tirando a facha, que hacia una música insufriblemente convencional y americanoide. En fin, tonterías de la juventud. Con el tiempo aprendí a apreciarle como músico y como persona y de repente se convirtió en uno de mis héroes. Máxime cuando me enteré de que ese animal escénico, aparentemente indestructible, que hacia giras mundiales interminables en conciertos maratonianos a diario, en realidad era un ser frágil que tenía que sobreponerse para salir al escenario cada noche, luchando contra una depresión con la que ha estado batallando durante años y años. En esa gira El Boss y su monumental E Street Band presentaban su magnífico álbum recién editado Breaking Ball y hacían un repaso generoso a muchos de los hits de su carrera. Tres horas y media con Bruce dándolo todo y miles y miles de personas disfrutando como enanos. Mi chico y yo, pese a estar en el gallinero del gallinero del estadio con un sonido pésimo, lo pasamos bomba. Ese día fue el bautismo rockero de Diego. El día en el que la llama del rock prendió en su corazón para siempre. Inolvidable.
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El otro momento de gloria que quiero compartir con vosotros es muy especial para mí: el momento que más feliz me he sentido en un escenario. He tenido ya unos cuantos, pero sin duda este ha sido el mejor por varios motivos. Septiembre de 2013. Concierto acústico del duo papa/niño Los Feroz en el Bar La Iguana en Carabanchel, Madrid. Ese año 2013 fue para mí un año mágico, pero también tremendo. En los primeros meses gocé de la euforia de montar de la nada y arrancar con ímpetu el grupo 4K con unos amigos del curro y mi hijo Diego, dar conciertos, grabar una maqueta…. una hemorragia de satisfacción. De repente, en julio me da un ataque al corazón del que sobrevivo de puro milagro. Una vez superado el shock, entre otras muchas pérdidas, veo todas mis expectativas con el rock se van al garete de golpe, pues existía la posibilidad cierta de que por prescripción facultativa tuviera que dejar de tocar para siempre. Afortunadamente no fue así y pude intentar (no sin incertidumbre), volver al ruedo y ver que pasaba. La prueba de fuego era ese concierto. Si lo acababa sin que me pasara nada, podría seguramente seguir tocando en el futuro. Bajo acústico, guitarra y voces sin nada de amplificación, en un bar de cañas, regentado por una amigo guitarrista. No había permisos para tocar allí. Había que hacerlo a pelo por si venía la poli que pareciera como que éramos dos parroquianos que nos habíamos venido arriba y nos habíamos puesto a cantar. Apenas unos cuantos amigos viejunos y compis adolescentes de la clase de Diego. El ‘escenario’: un tablón encima de unas cajas de cerveza. Pues bien, quizó mi cara no lo refleje llo suficiente, pero nunca he sido tan feliz tocando.
https://www.youtube.com/watch?v=vQ-OnCZ ... e=youtu.be